26 de octubre de 2014

Una temporada para silbar (Ivan Doig)





En nuestros días se debate la conveniencia (o no) de una educación separada por sexos, por capacidad individual, incluso por religión u origen cultural/racial. El objetivo pretende ser una enseñanza adaptada a cada niño, rehuyendo una instrucción idéntica para quienes no lo son. Por supuesto, esto no impide que las posiciones de partida sean ideológicas y el debate discurra en busca de un respaldo con apariencia objetiva para cada postura.

Pero olvidamos que durante muchos años y en muchos lugares, no hasta hace demasiado tiempo también en gran parte de España, la escuela unitaria era la prevalente. Una escuela en la que un único maestro dividía su tiempo y atención entre alumnos que aprendían las primeras letras y alumnos que practicaban los rudimentos de la trigonometría. Poco espacio y tiempo tenía este maestro para discernir sobre el modelo educativo a seguir.

Es precisamente éste el escenario en el que se desarrolla Una temporada para silbar (Ed. Libros del Asteroide,2011, traducción de Juan Tafur). Una escuela unitaria de comienzos del siglo XX en un recóndito asentamiento de Montana al que han llegado recientemente colonos atraídos por promesas de un mejor destino que el tiempo está revelando como excesivas en el mejor de los casos.

A esta escuela asisten los tres hermanos Milliron. Su madre falleció hace casi un año y Oliver, su padre, renunciando a su empeño por sacar adelante a la familia con sus solas fuerzas, acaba de contratar los servicios de un ama de llaves procedente de de Chicago, Rose Llewellyn, a través de un anuncio en un periódico. .

Rose es una mujer muy peculiar. Su energía es inagotable y pronto pone orden en el caos de la casa de Marias Coulee. Su garbo y energía no solo devolverán el esplendor a los suelos y cortinas de la vivienda sino que alegrará la vida de los cuatro hombres que la habitan cohesionando a la familia y ganándose la confianza y aprecio de todos.

Pero toda cara tiene su cruz y ésta lleva por nombre Morris, el hermano de Rose, que ha llegado junto a ella sin oficio conocido más allá de una remota referencia a un negocio familiar de guantes. Su atildamiento, vocabulario, vestuario y el modo teórico en que afronta los problemas prácticos parecen lo menos apropiado para el rudo entorno de un poblado de pioneros.

La oportunidad para desarrollar su verdadera vocación llegará cuando la maestra titular de la escuela se fugue con un predicador y él ocupe la vacante a falta de otro candidato mejor que supla el repentino vacío.

Es en este momento cuando la novela alcanza el nudo que desarrollará en las sucesivas páginas, el proceso formativo de los jóvenes, en especial de Paul Milliron, el mayor, espoleados por los métodos heterodoxos de Morris.

Diversos acontecimientos irán marcando la vida en la pequeña escuela. Los conflictos entre los alumnos, las riñas infantiles y las agresiones más peligrosas rivalizarán con la siempre presente amenaza de algún padre poco proclive al sistema educativo o la más imprecisa amenaza de la visita del inspector.


Este último punto no deja de ser relevante toda vez que Paul Milliron terminará ocupando el puesto de supervisor de educación de Montana. Será en el ejercicio de su función cuando, muchos años después, regrese por Marias Coulee y rememore lo vivido en aquel tiempo unido por siempre al silbido alegre de Rose y al talento docente de Morris.

Narrada en primera persona, Paul evocará con un deje melancólico la felicidad de aquellos días sin perder por ello la perspectiva ni evitar los numerosos puntos negros que marcan, igual que los luminosos, el proceso de maduración que inevitablemente llega a todo niño.

Una temporada para silbar es una hermosa narración que se mueve entre lo poético y lo rudo. Una novela de iniciación, de pioneros y tiempos heroicos dulcificados por el apoyo familiar y la fuerte solidaridad de una comunidad cohesionada en torno a la escuela, único referente y vínculo entre los colonos y por la que dejan a un lado las rencillas propias de granjeros.

Los personajes de la novela son, sin duda, el mayor de sus atractivos. Acompañamos a Paul en su proceso de formación y crecimiento, pero también nos identificamos con su padre, Oliver, en su esfuerzo por asegurar un mejor futuro para sus hijos mediante su esfuerzo y, fundamente, su ejemplo. Admiramos la habilidad de Morris para la docencia y el modo en que los pequeños compañeros de los Milliron compiten, luchan y se apoyan al modo que sus padres lo hacen a otro nivel.


 Ciertamente casi todos los personajes son tratados con cariño y respeto por el autor que nos los presenta bondadosos y rectos, o si torcidos, nos muestra los motivos que traerán nuestro perdón o consideración. Pero, ¿qué es lo que les aleja de la manida falta de matices tan característica de los personajes de toda mala novela? Sin duda, el talento de Ivan Doig que sabe pasear a sus nobles personajes por paisajes desolados, tanto física como moralmente. No les evita duras pruebas a través de las que deja adivinar el tejido contradictorio del que están hechos y la lucha que les impulsa a mejorar y superarse.

Una temporada para silbar es una novela amable, sí, pero no blanda, no fácil o falsa, es una novela con mayúsculas, expresión de un talento natural para la narración equilibrada. Pocos habrían logrado idéntico resultado con los mismos elementos.

Pasar por alto la oportunidad de leer esta novela privará al lector de una visión única sobre un modo de entender la literatura al que desgraciadamente nos estamos desacostumbrando con suma facilidad. Y no será por oportunidades como ésta. 


5 de octubre de 2014

Dos veces bueno: Breviario de aforismos y apuntamientos (Fernando R. Genovés)



Que el tamaño no importa es una afirmación que no siempre resulta pacífica, pero Fernando R. Genovés la toma por bandera y reivindica en su último libro publicado (Dos veces bueno, Editorial Evohé 2014) el valor de lo breve, lo corto, lo que ocupa poco espacio físico para así reivindicar sin más artificios lo principal y somero, la urdimbre que sostiene el pensamiento y el vivir.

Dos veces bueno es, como anticipa su subtítulo, Breviario de aforismos y apuntamientos, algo más que una colección de aforismos, pero por ellos comenzaremos siguiendo el curso definido por el autor.  

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, se entiende por aforismo una sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte.

Bajo esta definición tan imprecisa como sugerente se ha venido inundando el mercado de libros de todo pelaje que recopilan sentencias, pensamientos, ocurrencias y extravagancias de cuanto gran hombre (o no) ha pisado este mundo, sobreentendiendo que estas pequeñas píldoras de sabiduría son capaces de sanar espíritus maltrechos, iluminar nuestros pesarosos días o elevar nuestro intelecto a cotas que aún no vislumbra.

Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que este género gozó de un notable prestigio y fue cultivado por autores que lo elevaron a un nivel en el que lo literario y lo filosófico se daban la mano invitando a los lectores inteligentes a una reflexión sobre lo que se escondía tras las breves palabras que actuaban como punto de partida y no como fin de ruta.


Porque esa es la esencia de todo buen aforismo, su capacidad de abrir una perspectiva al lector que le invite a discurrir sobre lo sugerido, lo que va más allá de lo estrictamente dicho. El aforismo debiera ser la expresión visible de un pensamiento del que surge y no un mero fruto ingenioso en busca de un pensamiento que lo justifique.

Y, bajo esta premisa, es reconfortante descubrir que el aforismo sigue contando con hábiles artesanos en nuestros días y que esas breves sentencias continúan ejerciendo el poder de disparar la curiosidad y la autoexigencia del lector.

Yo viajo por el mundo para expandir mi vida.
Los límites de mi viaje son los límites de mi mundo.

Los aforismos recogidos en Dos veces bueno son el resultado de la acumulación de experiencia y conocimiento por parte de Fernando R. Genovés y, por tanto, reúnen lo profundo de su pensamiento y lo variado de sus intereses. Podemos vislumbrar las ecos del concepto de contento y vida contenida a que aspiraban Marco Aurelio o Montaigne, pero también lejanas evocaciones kafkianas o más personales aproximaciones a la idea de  amistad y el ejercicio de la libertad como medio de realización personal.

Hay lugares, ay, llenos de patriotas hasta la bandera.
Como resulta habitual en la obra de Genovés, el lenguaje es un aliado en la misión de transmitir el pensamiento: paradojas, ironías, homofonías, paronimias y demás recursos no hacen del aforismo una salida ingeniosa sino un modo de atraer directamente el interés del lector mediante asociaciones, en ocasiones asombrosas y, siempre, sorprendentes.  .

Pero el libro continúa adentrándose en secciones que esconden pequeñas escenas en las que el autor aborda un género fabulesco y literario que combina ficción con reflexión, anécdotas personales con referencias históricas o actuales. Es un empeño que hasta la fecha desconocía en Genovés y del que sale bien librado.  


Divisa para una vida ética del presente y lo contingente: “La vida, sin ir más lejos”.

He aquí la base de la ética: el cuidado de uno mismo por sí mismo a fin de evitar que otro ocupe su lugar.
 

Por las páginas de este libro van desfilando los conceptos de amistad y familiaridad, la conveniencia de la soledad bien entendida, la discusión sobre el paradero de la felicidad o incluso un breve formulario de preguntas y respuestas sobre cuestiones tan variadas como qué es el cine, la poesía (“palabras escritas en un pentagrama”), la vida, el hombre, o la muerte.

También el arte es objeto de especial atención, en particular, el arte moderno, con el fin de señalar la frontera entre el que es capaz de generar sorpresa y provocación frente al que solo busca la venta y la explotación del escándalo sin responder a un fundamento o una técnica.


Las comparaciones no son odiosas; son ociosas.
Aquella mañana, tras despertar, tuve una pesadilla.

El autor también dedica unas páginas a la escritura, comenzando por su declaración Por qué escribo llegando incluso a relatar sus primeros pasos en el oficio con temblorosos poemas de juventud, entre las dudas y la dificultad de juzgar la obra propia. Seguidamente, nos describe su concepto de escritura (experiencia gozosa, no traumática o doliente), la necesaria soledad y sosiego que precisa para el ejercicio de este noble oficio y culmina la obra con cinco consejos para el joven escritor que son fruto tanto de su innegable experiencia en este campo como, sin lugar a dudas, de su pensamiento y ética, práctica y sencilla, poco amiga del exceso y el estallido al que no sigue un  trabajo riguroso.

Como muy bien se señala en el prólogo, Dos veces bueno puede leerse de principio a fin o a golpes intermitentes. En ocasiones, debe dejarse a un lado mientras se trata de discernir el sentido de uno de sus aforismos y, en todo caso, puede y debe leerse a saltos intermitentes sin que ello desmerezca el conjunto de la obra puesto que toda ella está dotada de la coherencia que le da el pensamiento del que emana.

No estamos, por tanto, ante una obra compleja, árida o erudita, sino ante un desafío al alcance de cualquiera deseoso de asumir el riesgo de salir de los caminos trillados y sentarse en el borde del camino a observar lo que acontece con algo de distancia, un punto de humor y sin miedo a tener ideas propias.  
Sabiduría al zen por zen
Un sabio zen inculca en un pupilo de mirada azul la funesta creencia en el yo, a través de un mandato. Probable diálogo:

- Debes desprenderte del yo, si anhelas alcanzar la sabiduría y la paz interna.

- ¿Quién?¿Yo?
- Sí, tú.