29 de marzo de 2015

Los espejos que se miran (Felicidad Batista)



 Felicidad Batista es una autora que causa una profunda impresión. Aunque he llegado a ella gracias a la Generación Bibliocafé, en cuyos libros colectivos ha publicado diversos y espléndidos relatos, su actividad literaria no empieza aquí y ahora, sino que viene de lejos y se proyecta hacia el futuro.

Sus primeros pasos en las letras los da publicando diversos textos literarios en revistas de Venezuela, Argentina, Chile y Perú. Ha sido reconocida en varios premios como el Concurso Literario Gonzalo Rojas Pizarro o  el Concurso de Microcuentos Lebu en Pocas Palabras. También mantiene un blog de nombre imborrable Buenos Aires 1929 Café Literario.  

El siguiente paso resultaba inevitable, en forma de un libro bajo su entera responsabilidad en el que se diera fe de su talento y originalidad. Los espejos que se miran (Ed. Jam 2014) es una impresionante colección de relatos y textos breves, acompañados por la sutil presencia de las imágenes de Fuensanta Niñirola y con una edición a cargo de Mauro Guillén, demiurgo de la Generación Bibliocafé.

Y este paso es una apuesta valiente por la Literatura que ama Felicidad, por aquella que le emociona y que se cuela a raudales por sus páginas. Hay autores que llegan a la escritura por amor a lo que leen y se les nota. Pero lejos de remedar sus modelos, Felicidad Batista toma el lenguaje y unas referencias para convertirlos en una expresión propia que enraíza con una tradición y un modo de entender la Literatura con el que todo buen lector concordará.

Esto se aprecia en una vocación de estilo que homogeneiza los relatos que componen Los espejos que se miran, textos independientes pero en los que hay numerosos puntos en común.

Comencemos por el más evidente: gran parte de los relatos se ubican en un territorio imaginario de nombre Bórcor, un paraje de infinitas posibilidades que la autora sabe explotar. En él se desarrollan historias de amor encelado y crímenes imposibles; por sus costas y calles pululan marineros en tierra mareados por la añoranza de un mar que solo ven desde la orilla, o por personajes a la caza de un destino que parece aguardarles a cada paso pero que finalmente se muestra tan esquivo como su propia sombra.

Este Bórcor de Felicidad Batista goza de un clima privilegiado y una insularidad que tan bien conoce la autora pero en el que los elementos se tornan en ocasiones malencarados, donde la humedad corrosiva del mar se combina con la tormenta tropical embarrando los caminos y la mente de sus pacíficos habitantes.
 
Felicidad Batista
Pero este tributo al paisaje y, de alguna forma, a la Literatura latinoamericana, no está reñido con otras influencias entre las que destacan relatos ambientados en Edimburgo, Nueva York o el Berlín tan amado por Felicidad Batista. También las referencias literarias se expanden con ejemplos tan brillantes como un magnífico texto breve sobre Kafka en el que integra la memoria del escritor con esa incorporeidad y extrañeza que es consustancial a sus obras.   

Los personajes de Felicidad son valientes, no renuncian con facilidad a sus deseos e impulsos. Pero no es de extrañar dado que muchos de ellos son inanimados. Libros o fotografías toman la palabra y revelan su alma inquieta, antropomórfica. Otros muchos personajes son mujeres valientes, que luchan por romper convenciones, que luchan por sus hijos, por su propia felicidad y que, en muchos casos, deben partir de Bórcor para encontrarla o para tener la opción al menos.
  
El tiempo histórico de muchos textos se asienta en una indefinición metafórica. Incluso las referencias a un dictador parecen más bien evocaciones de un patriarca otoñal. En otras ocasiones, sin embargo, la realidad se hace evidente, como ocurre en el espléndido relato sobre los hijos desaparecidos durante la dictadura argentina. 

Otro rasgo distintivo de los relatos recogidos en este volumen es la imposibilidad de tomar nada por sentado. No es hasta las últimas palabras cuando termina de escribirse una historia y Felicidad Batista es maestra en ello, sabiendo dosificar la información o romper con quiebros la comodidad del lector amigo de dejarse llevar por argumentos rutinarios. Porque lo que aquí encontramos es auténtica Literatura, relatos en los que las primeras líneas tienden una trampa al lector que se debe dejar traer y llevar, zarandeándole y envolviéndole en las trampas de la ficción.

Tal vez Bórcor
Al igual que las hermanas del primer relato del libro, y del que éste toma su título, la Literatura actúa en ocasiones como un espejo en el que volcamos miedos y obsesiones, pero también nuestra ilusiones. La Literatura nos permite también rebelarnos contra lo que no nos gusta o incomoda, enmendar lo torcido o tomar revanchas. Es la oportunidad de convertirnos en creadores de vida y mundos y ése es precisamente el veneno que ha tomado Felicidad y que le llevará a nuevos proyectos.  

Para Felicidad, la Literatura es algo más que un espejo de la realidad, es un ejercicio de estilo, un rigor estético en el que encajan sus ideas y pasiones, de un modo coherente, solo fácil en apariencia. Porque sus textos tienen el apoyo de una técnica impecable, pero apenas apreciable (otra gran técnica) y que surge del aprendizaje de la lectura de grandes autores para lograr forjar un estilo propio y fluido.

Los espejos que se miran es una propuesta llena de historias hermosas, duras en ocasiones, siempre interesantes, que dan cuenta de un talento sobresaliente. No hay mejor recomendación para un libro que reconocer que, tras su lectura, se han vuelto las páginas a un principio y se ha vuelto a leer; y que en esa relectura, las palabras solo han ganado en intensidad, las historias no se han gastado, han crecido en matices y se han pegado para siempre al recuerdo como un liquen del rocoso Bórcor. 

 
 

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